LAS EMOCIONES DE LOS ANCESTROS
Muchos años después, frente al mar, con la mirada fija en un velero que se deslizaba sobre las aguas calmas, la mujer hubo de recordar la historia que le contara su abuela en su niñez más temprana. Aquellas tardes inolvidables en espacios atemporales, cuando la anciana rememoraba su juventud en tierras lejanas. Quizás entre nostalgia y resentimiento le hablaba de su abuelo, el marinero, ese que ella jamás conoció y que cada vez que tocaba puerto, allá en la olvidada Cartagena, la dejaba preñada de un nuevo hijo. Hasta diez parió y pocos de ellos sobrevivieron. Incluida su madre, que años más tarde, también tuvo que marchar a ese lugar sin retorno, que por mucho que llores y supliques, nadie vuelve. Mamá nos dejó huérfanas, al cuidado de la abuela, a mí y a mis hermanas. Vida y muerte, nacer y morir. Una constante en esta familia. Familia de mujeres que, nosotras, las últimas, ya no hemos pasado por este trance. Engendrar, parir y luego morir. Mujeres solteras, sin descendencia. Algo que me atormenta. Algo que me ensombrece el alma.
De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro de la playa, levantó toda la hojarasca y con ella se llevó los recuerdos de unas vidas imaginadas, las de los ancestros, aquellos que no conocimos, pero que sus emociones quedaron impresas en la memoria por generaciones.
Un griterío se escuchó en la lejanía y, a medida que el viento amainaba, un grupo de niños se acercaron donde ella reposaba. Los niños, me gustan los niños. Los miró con ternura. ¿Por qué en mi familia no nacen niños? Volvió a entristecerse. A todo eso, ya había anochecido. Miró a la luna y el barco ya no estaba. Se imaginó entonces navegando con un viento favorable, surcando mares y tierras lejanas, dejando atrás las tinieblas, saliendo de la oscuridad.
Roser Lorite
Nostalgia, extraño sentimiento que todos conocemos. Combinada con desazón, genera un cóctel de sentimientos capaces de degenerar en drama. Si además esta nostalgia la heredamos de nuestros antepasados, como una maldición, el conflicto está servido. Lo que nos propone Roser Lorite en este intenso micro relato da para una novela ... ¿tal vez la próxima?
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