Mi red de salvación
Es domingo, comienza la función. Saludo con gesto elegante y procedo a
encaramarme a las alturas. Respiro hondo antes de comenzar: concentración.
Mantengo la vista al frente y el cuerpo erguido. Tanteando con la planta del pie
derecho voy adaptándome a la estrechez donde piso, hasta encontrar un punto
de apoyo firme. El primer paso ya está dado; es seguro. Estiro los brazos hacia
los lados para mantener el equilibrio y doy el siguiente paso, me tambaleo…
«¡No mires abajo!». Consigo recuperar el control del cuerpo. Retomo la
postura, brazos en cruz, avanzo un paso más. La adrenalina se dispara: el
corazón se acelera, los latidos me golpean las sienes. Puedo imaginar las
caras de expectación del público. Sigo adelante sin mirar al suelo, pasito a
pasito, uno junto a otro, lentamente voy avanzando hasta el otro extremo.
¡Llegué! Me siento eufórica. Soy una gran equilibrista, una estrella. Aplausos.
-Ahora no se te ocurra bajar saltando que te resbalarás con la nieve.
¡Qué manía de andar por los bordillos! ¡Un día te vas a matar! Dame la mano
que te baje de ahí.
Mi padre es la red de salvación bajo la cuerda floja.
Montserrat Pérez Martínez
Febrero 2020
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