En busca de El Jabato
Pese a la estricta prohibición materna, era necesario conseguir el número 123 del Jabato a
toda costa. Las inclemencias meteorológicas no debían ser un impedimento para tan alta
meta. Así que con pasos sigilosos se dirigió a la puerta mientras su madre planchaba, absorta
en los dramas que Elena Francis debía resolver. El esmero de su padre al engrasar las bisagras
les permitió salvar un obstáculo fundamental en su empresa. Dejaría la puerta entornada,
mientras volaba hacia el kiosco de la Avenida y regresaba en un santiamén. Ya en las escaleras
percibió una sensación un tanto desagradable. Quizás las medidas preventivas no eran del
todo exageradas. Ni siquiera se había puesto la chaqueta, así que al salir a la calle pudo sentir
la punzada de un invierno inusual e inclemente. Notó como cada molécula de su sangre se
clavaba en su piel, invitándolo a renunciar a su objetivo. Pero ¿ acaso el Jabato se rendiría ante
un impedimento tan mundano? Emprendió el camino hacia el quiosco conteniendo la
respiración, pensando de forma inconsciente que con esta estratagema anulaba los efectos del
frío. No podía correr, ya que el suelo, húmedo y resbaladizo, frenaba su avance. No miraba al
frente, ya que concentrado en los adoquines, creía encontrar cierto refugio. El kiosko ya
estaba cerca. Sintió un escalofrío de placer al sentir que el tebeo pronto estaría en sus manos.
Pero al llegar al chiringuito de revistas comprobó con decepción que el kiosquero había
decidido cerrar el comercio. Una lluvia fina empezó a caer mientras leía una y otra vez el cartel
donde se excusaba el cierre. Derrotado, decepcionado ante la interminable espera que
supondría conocer el desenlace de las aventuras de su personaje favorito, volvió a casa,
notando el frio, el aguanieve, el suelo mojado de un día inusual e inédito. No sabía, no quería
saber, que lo peor de aquel día se lo encontraría a la vuelta. Quizás las bisagras estaban
demasiado bien engrasadas.
Alberto
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