No se lo digas
Hoy, como cada día, mientras la aseo, Paca me vuelve a contar la misma historia. Lo sigue haciendo con gran ilusión; es como un mantra que le da vida. Cuando su mente se traslada al pasado, su mirada se ilumina, su voz se hace más potente, los temblores de sus manos se apaciguan, su cuerpo recobra vigor y en su rostro octogenario se refleja la felicidad.
Paca
me cuenta con orgullo que Jaime, el mozo más guapo del pueblo, se
enamoró de ella, y cómo ella sucumbió ante sus encantos. Relata
como en el pueblo en el que vivían, los flecos de la miseria y del
infortunio dejados por la guerra no propiciaban un buen escenario
para casarse y sacar adelante a los hijos, y que por ello decidieron
buscar fortuna en otra tierra más próspera. Así, Jaime se vino a
Mataró, encontró un empleo y con la ayuda de vecinos y compañeros
de trabajo, levantó una pequeña casa en un barrio que empezaba a
nacer de entre los campos. Ella, mientras tanto, seguía en el pueblo
sirviendo en casa de los señores, ahorrando así algún dinerillo
para hacerse con un buen ajuar con el que llenar aquel hogar
maravilloso que Jaime construía para los dos. Cartas y postales
llenas de amor hacían más soportable la larga espera entretanto
llegaba el anhelado día, ese en el que todo estuviese a punto para
que Paca dejase el pueblo y partiese rumbo a Mataró, a casarse. Me
cuenta, pletórica, cuando por fin llegó el ansiado momento de la
boda, el día más feliz de su vida, me dice, y luego cómo vino al
mundo el primer hijo, el segundo…
Paca
concluye, como siempre, dando gracias a Dios por la vida tan dichosa
que ha vivido junto a su familia. Y nadie la interrumpirá cuando
cuente ese relato. Nadie se atreverá a recordarle como un
desapacible día de otoño, cuando llegó a Mataró con el vestido de
novia metido en la maleta, en el que iba a ser su nuevo hogar, ya
habitaba otra familia: la que Jaime había creado. Nadie le dirá que
ha vivido toda su vida sola, estancada en aquél otoño que comenzó
hace más de medio siglo. Nadie le desmontará ese recuerdo que, en
algún tramo ya avanzado del camino, su cerebro transformó a su
antojo para seguir viviendo. Nadie.
Montserrat
Pérez Martínez
Noviembre
2019
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