Vaivenes
Había cambiado el peto impermeable y las botas de agua por la elegante indumentaria; la fiambrera de aluminio y el botellín por el refinado servicio de mesa, y la compañía del humilde Nazim por la del distinguido capitán de MSC Fantasía.
«Aquí no huele a mar, las olas no salpican y ni tan siquiera se percibe el más mínimo balanceo. Por supuesto que bonito es, merecido tiene el apodo de "el barco más bonito del mundo", pero un barco... no, un barco no es... Esto es una ciudad de vacaciones flotante —pensaba Zenón a bordo del crucero con el que sus hijas le habían obsequiado con motivo de su jubilación—. Mi Hechicera, esa sí es una buena embarcación. Ni los años, ni la Tramontana la han amilanado nunca —se enorgullecía para sus adentros, mientras el capitán presumía ante sus invitados de las cualidades de su barco—. Fuerte, altiva, elegante. Siempre fiel y obediente, devolviéndonos de regreso a puerto. Una dama de las aguas —y se contenía para no relatar a todos aquellos desconocidos la colección de experiencias adquiridas durante toda una vida de trabajo en el mar».
Y durante la velada, mientras el resto de comensales se interesaba por el discurso del capitán —un guión representado a diario—, el pescador se trasladaba a su Costa Brava, a las redes, al puerto, a la lonja, y en su estómago se despertaba aquel gusanillo que le empujaba a hacerse a la mar con la esperanza de atrapar una buena captura que llevar a subasta. Y, de repente, Zenón se sintió incómodo en aquel ambiente, como un pez fuera del agua. Se ahogaba. Así, sin esperar a los postres, se disculpó educadamente y abandonó la mesa.
Salió a cubierta y, esquivando el gentío, buscó un lugar tranquilo para encenderse un cigarro. Apoyado en la barandilla, mirando al oscuro horizonte comprendió, de pronto, que sus noches de lobo de mar se habían terminado. Que las olas, en esta ocasión y por última vez, le habían arrastrado a la costa para dejarle varado en la arena, y se descubrió preguntándose si sería capaz de proseguir su vaivén fuera del mar. Angustiado, abarcando todo lo que su vista le permitía y consciente de la respuesta, también preguntó al Mediterráneo: "¿Y tú serás capaz de continuar tu vaivén sin mí?"
Se despojó de la corbata que le estaba asfixiando y la dejó caer por la borda, enterró la colilla en la tierra de un macetero y, cansado, se encaminó hacia su lujoso camarote en el barco más bonito del mundo.
Relato escrito por Montserrat Pérez
El pes del temps que no s'atura i ens sorprèn pel ràpid que transcorre.
ResponEliminaMoltes vegades ni castells ni palaus desbanquen la petita llar que ens es pròpia.
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