Lluvia ligera

Tuve un susto de muerte cuando la peluquera entró en mi coche y gritó “acelera”. Huía de una clienta a la que, por error, dejó el pelo color fuego; tras una noche en blanco se equivocó en los tubos de tinte.
Obedecí como una autómata, dejé mi móvil y aceleré. Ella, como si yo no estuviera presente, iba hablando:

- No es la primera vez que pasa, pero ayer… fue muy heavy…Porque me da pena, porque sé de donde viene… Si no, lo denunciaría…Siempre fue un poco bipolar, pero todo cambió a peor el día que vio como la sangre se deslizaba por mis piernas bajo mi enorme barriga embarazada…Por eso no puedo echarlo,…Pero… es que no puedo más. Cada día estoy más hundida, tengo menos fuerzas para proteger a mis hijos de tanta bronca… para tirar adelante.

Hizo una pequeña pausa; seguía ausente de mi presencia:

- Recuerdo como si fuera hoy aquella tarde de otoño, una fina lluvia golpeaba los cristales del comedor… A la mañana habíamos salido a coger hojas de otoño y castañas para el cole de los nenes… Paseábamos por encima de aquella preciosa alfombra de hojas caídas, maravilla de ocres... Los haces de luz se colaban entre las hojas de los álamos, de las encinas, de los castaños, de los abedules… las hojas brillaban… La temperatura, perfecta…

Éramos amigas de hacía años, sabía que le gustaba leer, pero desconocía esta vena poeta de mi amiga peluquera. Prosiguió:

- Mis dos hijos jugaban en la alfombra haciendo una construcción con el Lego que le regalamos a Adri para su cumpleaños. La masa de panellets reposaba en la nevera; estaría a punto en un rato. Los niños esperaban impacientes la siguiente fase: Les encantaba hacer las bolitas, pintarlas, adornarlas con los piñones, con las almendras… Él, rendido en el sofá, miraba la tv. El otoño le deprimía. Hacía un esfuerzo por dejarse llevar por nosotros. Yo leía la última novela de Mankel. De golpe, Martín, el pequeño, empezó a llorar, a ahogarse, a ponerse morado, a dejar de respirar… Salté del sofá y cogiéndolo en brazos le dije “corre, al hospital”. Llegamos y, mientras nos atendían en urgencias, sucedió: aquella sensación mojada, tibia y viscosa deslizándose por mis piernas…Adri, cogido a mi falda: “mama, mama, ¿qué te pasa? Estás sangrando!!! Martín en mis brazos sin respirar, Adri gritando, el agudo dolor en la barriga y la sensación de mis piernas… Vi como su cara perdía el color y se desencajaba. Aquel hijo que tanto deseaba, que tanto necesitaba “para que fuéramos una familia de verdad”…se escurría piernas abajo…

Yo conducía despacio, sin rumbo, esperaba que se tranquilizara.
Finalmente me dijo, exhausta:

- Llévame a casa. No puedo continuar así. Tenemos que pedir ayuda. Y se sumió silenciosamente en sus pensamientos, hundida en el asiento.

Relat escrit per la Magda Pola

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